_ Usted dice que la civilización del siglo XXI será asiática. ¿No significa esto que Europa y sus valores están condenados a la destrucción?
_ Europa no es la palabra exacta, porque existe también el continente americano... Pero, en términos generales, esta civilización ha entrado en crisis porque así lo han hecho dos de sus estructuras más significativas: el Estado-nación y el Estado del bienestar. Todo lo que cabe en la noción de seguridad social en el sentido más amplio (la posibilidad de ascenso, las jubilaciones, la sanidad gratuita, el empleo fijo) está en franca retirada o, en el mejor de los casos, se reduce al reparto de subsidios.
La crisis del Estado de bienestar afecta básicamente a los paises de Europa Occidental. Lo peor es un índice de paro extraordinariamente elevado; el paro ya no depende de la coyuntura económica, al contrario, ha pasado a ser un elemento de la economía. Las estructuras económicas occidentales generan paro. Y no debemos olvidar que en esta cultura el paro está relacionado con la marginación, no significa solo perder el trabajo, sino no volver a conseguirlo nunca más, porque el progreso tecnológico es tan rápido que, transcurrido un tiempo, ya no habrá trabajo del nivel tecnológico de antes. Naturalmente, uno puede aprender un oficio nuevo, pero esto supone un coste elevado. Y puede resultar imposible por razones psicológicas o culturales. En estas sociedades ha parecido una nueva clase social; los que han perdido su razón de ser y no ven ningún futuro. Esta clase aumenta y, lo que es más peligroso, la mayoría son jóvenes.
La crisis del Estado-nación donde más se nota es en el deterioro de la clase política. El ejemplo más citado es Italia, pro lo mismo ocurre en España, Inglaterra o Alemania. Esta clase ha perdido su razón de ser; su función era el mantenimiento y la dinamización del Estado. En el momento en que el Estado pierde su sentido como consecuencia del nacimiento de estructuras nuevas, la clase política pierde el norte, carece de ideología, no aporta nada nuevo, no crea conceptos nuevos ni ideas políticas. A cambio se vuelve corrupta y la afluencia de savia nueva no se basa en la calidad de los candidatos, sino en miserables juegos políticos.
Párrafos pertenecientes al tercer capítulo del libro: 1994. TERCER ENCUENTRO. El mundo no será diferente, o los medios de comunicación, el alma y el dinero.
Leer a Ryszard Kapuscinski siempre es un buen motivo para hablar de periodismo y de la vida. Comprender e interpretar la razón de su mirada cuando observa el mundo es saber un poco más de nuestro mundo. Es acercarse a un mundo inabarcable que en su narración se hace más comprensible, más cercano, y más nuestro. Es sobretodo, reconocer a quien habita el mundo con una presencia exacta a la nuestra, pero en unas circunstancias totalmente aplastantes. Dejarse arrastrar por la palabra de Kapuscinski es ir hacia el Otro. Irremediablemente. Apasionante es su narración, tremendamente actual y arrollladora.
Cuando observas la vida te das cuenta de que los sentimientos básicos nos igualan, percibes que nos unifican las mismas necesidades, los mismos instintos; que somos parte de esa humanidad que habita en cualquier parte de la tierra. Que el otro bien puedes ser tú... quizá mañana. Realista, coherente y de una actualidad candente, te arrastra hasta la última neurona. En ese relato habitamos, ese es nuestro mundo. No nos puede ser indiferente.
Kapuscinsky es capacidad de concisión en lo observado, de trasmisión en la palabra exacta, de saber hacer narrativo a través de una humanidad arrolladora. Humanidad en quien observa, pero también en quien es observado. Su pupila es inteligente para saber en qué personas se posa, en qué cosas. Kapuscinski es el relato periodístico que uno quisiera encontrar cuando compra un diario, cuando ávido de historias que habitan el mundo, uno abre las páginas de cualquier periódico para poder saber, para acercarse al mundo que es, no el que nos hemos inventado. Muestra una lucidez brillante al reflejarnos las paradojas que nos ofrece el mundo, las historias simples que tienen una existencia demasiado compleja, la vida compleja de lo sencillo, que nos toque de lleno o no, son parte de nuestro mundo, de lo que somos como especie. Nos habla de un mundo enlazado, nada es indiferente respecto del resto. A través de su palabra atravesamos la Rusia post-soviética, el destino de Polonia, la esperanza de África, la reconstrucción de Europa. En su palabra el mundo del tercer milenio es el nuestro, la realidad que necesitamos para que ese otro se nos acerque, para dejarlo entrar en nuestro pensamiento. Un Otro que no es más que mi mirada, el espejo de mis ojos. Y ese es el corazón de la cuestión; sin dejar lugar al Otro, nos estamos anulando a nosotros mismos.
Kapuscinski habla también sobre el papel de los medios de comunicación, las complejas relaciones que mantiene con el poder, la capacidad que tienen de reinventar el mundo, de saturar con la información, de mostrar solo una parte, de no ser fieles a la realidad ante su desmedido afán por la primicia, el olvido de la necesaria confrontación de los hechos, la no reflexión de lo visto, vivido, sentido... Va demasiado rápido el mundo, es cierto, para los medios, para nosostros mismos. Quizá esta sea una de las claves para entender que quizá los medios, están de nuevo en revisión, en reconstrucción. Que quizá más que la primicia, tenga relevancia el sentido. El conflicto de intereses es hoy el motor del mundo, se mueve según qué parcela importa más. También la información. Sin embargo es probable que la cuestión a dilucidar sea qué es lo que hoy tiene necesario interés. La necesidad vista como el motor de la noticia y del mundo. La crisis como origen de un nuevo futuro. Pero sobretodo, Kapuscinski es el periodismo como certeza de que el Otro es el espejo en el que debo encontrarme. Quizá sea esa la semilla que haga del siglo XXI, un siglo menos deshumanizado.