Detente tan sólo un minuto en la mirada del otro.
Atrévete a ver.
Déjate arrastrar por los colores y el rostro del mundo.
Y olvídate de correr hacia donde ni tan siquiera sabes.
Cada día de la semana es una agenda de horas completas. Cada hora calculada, cada minuto plenamente administrado, y cada actividad programada por antelación. De lunes a viernes cada secuencia de nuestro tiempo es una acción cronometrada, necesaria, obligada por algo en concreto. Después de las carreras, el sábado nos regala momentos de pausa. Un kit-kat que disminuye la tensión en el pensamiento. De repente, el tiempo es mío, y me quedo cual funambulista buscando el equillibrio entre el vacío del sinsentido, y la lucha por el recuerdo de todo aquello que siempre quise mantener en mi maleta. Ratos de reflexión en los que si tienes la valentía de no ser egoísta, consigues no lamentarte, porque eres plenamente consciente de la enorme suerte que es vivir es la vida aquí. Al menos esto es lo que ha sido este trozo de sábado mientras paseaba mis ojos por el trabajo de este fotoperiodista, Emilio Morenatti. Sus imágenes son aquello que la palabra no tiene capacidad de contar porque se siente corta, absurda y limitada. Gracias Emilio, por saber transmitirlo tú, y por poner sentido al sinsentido que a veces habita en alguno de nuestros días.
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