Vivimos en nuestra rutina del día; organizamos cada momento con la gestión que le pertenece. Actuamos. Estructuramos la agenda en cada instante, priorizamos actividades, cada actividad en su momento, y cuando termina el día refunfuñamos porque las horas no cuadran, porque algo que era importante no fue posible. Un día, todo ese puzzle se rompe. Se descolocan las fichas en tan sólo un minuto. Un golpe seco nos deja kao. Y la única ficha que desearías poder tener es la de la comunicación; poder hablar con los tuyos.
Impotencia ante el poder de la naturaleza; un tsunami de 10 metros llega a las costas de Japón tras un seísmo de magnitud 8,9.
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Hace siete años, también vivimos ese minuto de impotencia; esa inquietud y miedo ante la necesidad de comunicarte con los tuyos y no poder hacerlo. Son minutos muy lentos. Se paraliza todo el tiempo. En un 11 de marzo, hace ya 7 años, a las nueve de la mañana los españoles paramos en seco, y algunos pudimos observar cómo nuestras manos nerviosas marcaban una y otra vez números de teléfono sin cobertura. Cientos de personas se quedaron sin comunicación para siempre.
Impotencia ante la inhumanidad del ser humano. Admiración también, por todas las personas que intentaron ayudar en momentos tan impactantes. Y vergüenza por nuestra representación política. Eso es lo que recuerdo.
A día de hoy, este acontecimiento horrible, sigue sin estar resuelto, aún hoy la manipulación de los datos es un hecho, y que exista esa división entre los políticos y las víctimas es lamentable. En los instantes de recuerdo, sólo deberían estar presentes la unión ante el dolor y el silencio que por sí solo provoca.
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