EL CONFLICTO DE LA LIBERTAD.

 



Comienza mi mente a barruntar ideas desde un cabreo monumental que vengo rumiando desde este domingo. Mi pensamiento se acelera y me digo que quizá, esa animadversión que siente el poder ante la libertad no tenga como origen la ausencia de autoridad legítima en la que se sustente dicho poder; es decir, da igual que quienes tengan el poder político lo hayan adquirido de forma legítima o no. Mi conclusión es que el poder siempre siente como conflicto y como enemigo esencial la libertad que todo ser humano es. Incluso en los sistemas democráticos se puede sentir ese rechazo hacia la libertad esencial del hombre. Y no señores míos, la libertad es algo que no se nos puede usurpar, se pongan ustedes como se pongan.

Es bien sabido, y reconocido a lo largo de la historia, que los sistemas totalitarios y dictatoriales, le tenían un odio visceral al debate, a la contrapartida de ideas, incluso a la simple insinuación de una mínima crítica respecto a sus postulados y/o acciones. Siempre se ha dicho que en un sistema democrático, el respeto a la libertad de expresión es uno de los principales valores que lo sustenta. La opinión pública, su expresión, su realidad; el poder constatar con hechos que toda persona sin distinción de credo, raza, sexo, puede expresar sus ideas, pensamiento y acciones. Un sistema político legítimo debe poner en primera fila la presencia del ciudadano; el que exista una opinión pública reconocible en un sistema político es una muestra de que ese sistema asume y respeta el edificio universalista de la ciudadanía libre, igualitaria y fraterna que es toda democracia. Si la opinión pública es libre de expresarse, todo ciudadano debe poder expresar su pensamiento, sus ideas y sus conclusiones sin sentir o tener miedo de que el peso de la ley puede caer sobre su persona en el ejercicio de su libertad de expresión. Una ley no se puede cargar de un plumazo la esencia de un sistema democrático que ha costado tantas tensiones y conflictos instaurar, que ha tenido un precio elevadísimo, y tampoco, sería el colmo, puede poner en tela de juicio el núcleo esencial de la civilización democrática; la libertad de sus ciudadanos.

Va a ser que no. Que al poder, no le gusta la diversidad, la pluralidad, las ideas del otro, y que está dispuesto a coartarla de mil maneras diferentes. La libertad del hombre ha ganado escenarios, espacio, y con ello su posible realidad. Internet es una muestra clara de ello. Sin embargo hay quienes desde su cerrazón y en la legitimidad de su puesto como representante de los ciudadanos, ansía precisamente que esos ciudadanos no puedan expresar su opinión, su visión del mundo y su interpretación de las cosas, especialmente sobre la cosa política. Una vez adquirido el poder desde la legitimidad del voto, estos señores políticos nuestros quieren que nos callemos. Lo que me lleva a pensar  que el poder siempre lleva inherente consigo la cerrazón;  e implícita en ella esa urticaria galopante hacia la expresión y divulgación de una opiníón ciudadana que tendría que ser siempre defendida, y que ustedes como representantes políticos deberían tener la obligación de garantizar. Es alucinante ver cómo se repite la historia en estos tiempos en los que tanto habríamos de haber cambiado, en los que como mínimo, tenemos lecciones de la historia que aprehender y asumir. Alucinante.

Solemos afirmar que la pluralidad, el contraste de ideas y el respeto por la ideología del otro sin discriminación de contenido, son la base de la democracia. Que la libertad es un campo al que legítimamente no se le debe poner trabas en un sistema que se quiera decir democrático. Toda democracia que debe estar basada en la legitmidad del poder político, en el respeto a la ciudadanía libre, diversa e ilimitable, en la garantía de  una opinión pública posible, en la realidad de una ciudadanía con las mismas oportunidades ante la ley, una ciudadanía a la que la Constitución, garantiza su libertad de expresión, guste o no dicha expresión, a quien sostiene las riendas políticas del poder. La libertad no puede ser pisada en el campo del juego democrático. Comunicar lo que pensamos es en esencia una faceta inviolable de la libertad.


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